Ansiedad masiva por desinformación masiva.

Un estigma social sostenido a largo plazo, vergüenza, estrés y multitud de problemas de salud mental, incluidos delitos contra la salud, podrían ser las consecuencias nefastas del comportamiento irresponsable de internautas y medios de comunicación.

En 2018, Heidi J. Larson(1), profesora e investigadora sobre enfermedades infecciosas, afirmó: “Predigo que el próximo brote importante, ya sea de una cepa de gripe altamente letal o de otra cosa, no se deberá a la falta de tecnologías preventivas. En cambio, el contagio emocional, favorecido por los medios digitales, podría erosionar la confianza en las vacunas tanto como para hacerlas discutibles. El diluvio de información contradictoria, errónea o manipulada en las redes sociales debe reconocerse como una amenaza global para la salud pública”. Nature 562, 309 (2018) (2)

No cabe duda de que las redes sociales tienen enormes beneficios, incluso cuando se trata de monitorizar y rastrear en tiempo real una pandemia. Pero también pueden tener algunos efectos desastrosos sobre su control. El “pánico en las redes sociales” que se generó a los pocos días del inicio en China del brote de COVID-19, caracterizado por una incesante cantidad de información falsa o sesgada, hizo metástasis más rápido que el propio coronavirus. Con sus propios rebrotes incluidos. El propio director general de la OMS ha denominado este fenómeno “infodemia de coronavirus”, que está generando pánico al propagar rumores alucinantes e incontrolados, noticias extravagantes y sensacionalismo de todo tipo.

El desajuste entre la información disponible y la escasez de evidencias científicas es el escenario perfecto para atraer información de fuentes dudosas y poco fiables, pero fácilmente disponibles. Tan pronto como el COVID-19 apareció, se convirtió en tendencia para muchos bloggers, grupos y usuarios en YouTube, WhatsApp, Facebook, Instagram y Twitter. Y comenzó también el interés por monetizar su popularidad. Ya sabemos que los contenidos sensacionalistas y llamativos atraen la mayor atención en las redes sociales (y también la mayor cantidad de negocio), por eso no es de extrañar que varios usuarios llegaran al punto de fingir tener síntomas de COVID-19 para sumar likes, sembrando deliberadamente confusión y pánico generalizados.

Este tipo de personajes pueden parecernos triviales (y en su mayoría lo son, sin duda, al menos como referentes en epidemiología y enfermedades infecciosas), pero no debemos menospreciar el impacto que sus “informaciones” pueden provocar en el estado mental de sus destinatarios, en forma de ansiedad, fobias, episodios de pánico, depresión, obsesión, irritabilidad, delirios, e ideas paranoicas relacionadas con síntomas del COVID-19. Tampoco podemos ignorar el impacto que generan en la red sanitaria, al límite de sus posibilidades, que tiene que lidiar además con una población confundida y sobre-preocupada debido a esta desinformación masiva.

En el otro extremo, grupos y personas en las redes sociales se esfuerzan por banalizar algunos aspectos de la enfermedad, relacionándolos con alimentos, moda, redes 5G, o cualquier otro tema irrelevante, al crear, compartir y reenviar memes, capturas de pantalla falsificadas y enlaces corruptos en nombre del COVID-19. Esta actitud de indiferencia hacia la enfermedad, de ignorar su importancia, facilita las conductas de oposición y desobediencia social, lo que conduce al incumplimiento de las reglas básicas de prevención durante la pandemia.

Este estado de cosas certifica el peligro potencial de las redes sociales durante una crisis de salud pública como la actual. Por ejemplo, desde el comienzo de esta pandemia, las redes sociales han jugado un triste papel en la génesis de un sentimiento anti-chino en todo el mundo. A través de las redes sociales y medios de comunicación se han ido vertiendo teorías de la conspiración y titulares despectivos sobre los hábitos alimentarios y costumbres socioculturales chinas, sin ningún control (y sin ningún rigor), provocando situaciones de discriminación, aislamiento y muestras de racismo por todo el planeta.

¿Qué podemos hacer dentro de nuestras Organizaciones?

Para frenar esta “infodemia”, y mitigar el riesgo de comportamientos inapropiados y daños a la salud, los gerentes y directores deben asumir la responsabilidad de proporcionar a su Organización la información correcta, y de crear y mantener una comunicación efectiva con los trabajadores. A todos los demás, nos toca ser críticos con la información que nos llega de los medios de comunicación y redes sociales, y ser responsables a la hora de generar o re-enviar determinados contenidos.

  1. Heidi J. Larson es investigadora y profesora del Departamento de Epidemiología de Enfermedades Infecciosas en London School of Hygiene & Tropical Medicine.
  2. https://www.nature.com/articles/d41586-018-07034-4

Psicólogo Laboral. Técnico PRL.

2 comentarios sobre “Ansiedad masiva por desinformación masiva.

  1. El artículo recomienda “asumir la responsabilidad de proporcionar a su Organización la información correcta”.

    Yo personalmente tengo muchas dificultades para identificar cuál es la información correcta en muchas de las cuestiones relacionadas con la pandemia. No me parece sencillo saberlo ya que el que demos presunción de veracidad a una información o no depende básicamente de la confianza que nos de la fuente o el autor de la información; más incluso que del propio contenido. Digo esto porque aunque nos emborrachen a datos, nunca tenemos la seguridad de si son veraces o no, o si tienes sesgos importantes que nos pueden inducir -interesadamente- a que lleguemos a conclusiones erróneas

    1. Kaixo Jesús,
      Coincido plenamente contigo, la calidad de la información depende de la calidad de la fuente. Y también en que en este asunto, como en muchos otros, hay opiniones interesadas. Por eso debemos hacer el esfuerzo por evitar voces intermediaras y buscar, siempre que podamos, la fuente original, y huir de “según un estudio de”, “fuentes próximas a”, o “según hemos podido saber de”, si no van acompañadas de la referencia o enlace al artículo, estudio o informe en cuestión. Luego ya, si tenemos especial interés y tiempo, acceder a los mismos y hacer una lectura de primera mano. Requiere de un esfuerzo por nuestra parte, claro, pero opino que no debemos contentarnos con ser meros depositarios de información.
      En el caso que nos ocupa, las fuentes fidedignas necesariamente han de ser las autoridades sanitarias, nacionales e internacionales; al menos hemos de reconocerlas como fuentes de “autoridad”. Otra cosa es que puedan equivocarse, o que la “verdad” evolucione (en ciencia no hay muchas verdades inamovibles). De ahí que emplee el término “información correcta”, que no verdadera.
      Gracias por leernos!
      Ondo segi!

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